Son las doce y cuatro minutos,
conduzco mi coche con la intención de llegar a Sevilla, parado en un
interminable semáforo en rojo más, una gotita de sudor resbala por mi frente, quizá debido al sol que
calienta en la mañana, el cual incide sin discreción alguna sobre mi cabeza o
quizá causada por la perturbación, pesadumbre y resignación que me produce el
planificar una hora de salida y por diferentes motivos, sin duda motivados por
alguna fuerza sobrenatural que escapa a mi raciocinio, me veo empantanado como
si pisara tierras fangosas en plena selva amazónica y no pudiera escapar de
ahogarme por completo sin otra solución que hartarme de paciencia y llegar a
tierra firme. Realmente eso pasa, salir de casa cuesta, debe existir una fuerza centrípeta que nos atrapa
y empuja hacia su interior, la cual hace que las energías necesarias para
escapar de ella nos acaben por agotar por completo. Si piensas que arreglar la
maleta es cuestión de diez minutos, desayunar cinco y lavarte los dientes y la
cara tres, estás equivocado. Surgirán mil y un inconvenientes o pormenores que
te dificultarán la salida. Ese es mi caso. Y una vez fuera…no es extraño que
algo se te haya olvidado, de nuevo la
fuerza centrípeta de tu casa en juego, que se alarga en el tiempo y en el
espacio, haciendo de tu partida toda una odisea, sumado esto a que todos los
semáforos se pongan en rojo, o que haya un buen atasco, o que llueva, o que la
carretera esté cortada o que tengas la reserva encendida… retrasando más y más la
hora prevista de salida. De todo esto puedo deciros que seáis precavidos y no actuéis
como yo. Organizar todo el día anterior al viaje, y aún así, sin más remedio y
porque la naturaleza propia así lo designa, actuará la fuerza centrípeta de tu
querida morada.
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