Vaya
por delante que cualquier día debería ser bueno para declarar lo que declaro
aquí, ahora y en este día martes 19 de marzo del año 2013, día del padre, día
de los Joses, Pepes y demás nomenclatura. Otro día más y fiesta y excusa con
que las grandes empresas se frotan las manos y otro día más donde los
bienaventurados se ven en la obligación o necesidad imperiosa de comprar algo,
consumir y regalar. Cuanto más elevado sea el importe del obsequio a regalar,
mayor amor le demostrarás. Proporcional. En eso se ha convertido la sociedad.
En la sociedad del consumo, del yo más y de la envidia, del capitalismo. Pero
como dije antes, para mí, un día más, con sus veinticuatro horas y su rutina,
en el que aprovecho para escribir algo que quizás no me atrevo a pronunciar con
palabras, pensarlo si, pero pronunciarlo no, al menos a él. Quiero a mi padre,
lo quiero aunque no se lo diga, hay cosas que no hacen falta decir o
consideramos que no hacen falta decirlas, pensamos que con los actos basta y
omitimos las palabras, como si estuvieran incrustadas en el acto en si, como el
oxigeno en el aire, no lo vemos, pero está ahí, flotando… Actos que contienen
palabras. Y quizás sea así, al fin y al cabo las palabras se las lleva el
viento y lo que queda es el recuerdo del acto, la acción, como aquel piso donde
vivimos de pequeños o aquellas vacaciones en Torremolinos o aquellos otros
cuidados cuando uno estaba enfermo. Y como no puede haber un padre sin una
madre, también hoy digo que quiero y amo a mi madre. Así, por la misma razón que yo se que me
quieren, yo los quiero a ellos. Por lo que no hoy, sino todos los días de mi
vida, les quiero y les querré, aún sin palabras. A ellos les debo todo lo que
soy y lo que no soy. No sabría que hacer sin ellos. Por eso mismo, sin palabras,
como haría la brisa marina que acariciara piel y rostro en un dulce paseo por la
playa, les susurro al oído una vez más que les quiero.
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