domingo, 14 de julio de 2013

Hormigas



¿Cómo viven las hormigas? David siempre tenía esa pregunta metida en la cabeza. Lo sé porque David es mi mejor amigo. Y además un pesado de morirse. Más por esto segundo que por lo primero. No había día que no me preguntara la misma cuestión y no había día que no le contestara lo mismo…”Metete tus hormigas por donde te quepan”.
Ayer David, un chico lo bastante mayor como para imaginarte que su mayor preocupación existencial eran las hormigas y su modo de vida, salió de casa como todos los días. Y como todos los días se dirigió a su trabajo. Y como todos los días fue repasando mentalmente la multitud de clases distintas de hormigas que existen en el mundo. Pero al llegar al trabajo, no entró como todos los días, sino que se quedó inmóvil en la puerta de entrada, justo después de subir tres largos escalones observando la junta de unas baldosas y el hueco que había entre ellas. Un hueco lo bastante grande para que cientos de hormigas se organizaran en torno a el, y filas enteras entraran y salieran del interior como auténticos soldados de guerra. Imagínese, querido lector, a David de pie, hipnotizado, siguiendo con la mirada a esas filas de insectos completamente jerarquizados y trabajando en un mundo mejor e imagine su cara de satisfacción, sus ojos como platos y su lengua bordeando sus finos labios relamiéndose, tratando de visualizar mentalmente la cantidad y formas de túneles y pasadizos secretos que sus queridas hormigas han construido justo debajo de sus pies y a la entrada de su trabajo.
David miraba una hormiga de tantas, la miraba porque justo esa hormiga se salía de la fila y como todo lo que se sale de lo normal nos escandaliza y nos llama la atención, pues la miró. La hormiga debió de despistarse del grupo o si no, y es una bravuconada por mi parte pensarlo, quería hacer la guerra por su cuenta y llevarse las medallas de la reina. Iba derecha a una araña. Debo aquí decir que el tamaño de esa araña era el triple que nuestra querida Ulises u hormiga héroe y que las probabilidades de que huyera con el rabo entre las piernas y sin mirar atrás eran grandes. ¿Qué hizo nuestro querido amigo David ante semejante situación? No, irse no, y menos con el espectáculo que tenía ante sus ojos,  y reconducir a la hormiga a su fila tampoco, no. Lo que hizo fue arrastrar y ayudar a la araña, a la pobre araña cuyo único infortunio fue pasar por ahí en ese momento y permanecer inmóvil,  al abismo del hormiguero e introducirla dentro. Lo hizo con el pie, dando pequeños golpecitos con el lateral del zapato y chutando a portería con cierta puntería. La araña desapareció, cayó en el agujero. David se puso de cuclillas sin perder detalles de su juego de piernas. Esperó inquieto hasta que una pata asomó seguida de otra. Ya la araña veía la luz, su salvación y redención estaban próximas. La araña luchaba rodeada de pequeñas hormigas las cuales mordían, empujaban, tiraban y puteaban a la valiente e inoportuna araña. ¿El pensamiento de la araña? No sabría decirlo. ¿Mi pensamiento? Cagarme en los muertos de quien me tiró derecho a la muerte. Al ver que la araña lograba salir por sus propios medios y porque no decirlo “huevos”, David pensó, en un alarde de inteligencia sublime, que no era suficiente con tal demostración de coraje, fuerza y valor por parte del arácnido y decidió cual Dios venido del cielo, volver a empujarla dentro. Pasaron unos minutos,  David seguía disfrutando  como un niño sin apartar la mirada del agujero, del barranco infernal en el que había convertido el hormiguero para la araña. De nuevo esta asomaba, a duras penas lograba ascender, lenta y angustiosamente con no menos de ocho hormigas tirando de ella hacia las profundidades. Ya sin un par de patas, arrancadas vilmente por sus captoras, la araña se arrastraba hacia la luz y la vida. Pero de nuevo ahí estaba David para con un leve toque de dedo robarle las pocas esperanzas de sobrevivir y lanzarla por tercera vez al hormiguero. David por entonces salivaba como un perro, tragaba saliva y se meneaba feliz por tan miserable hazaña y demostración de poder. Por fin ayudaba a sus amigas las hormigas y presenciaba un acoso y derribo sin precedentes.  A esas alturas ya no había muestra de araña alguna, y ya habían pasado no menos de cinco minutos,  lo que hizo suponer a David que a la tercera fue la vencida, que la araña ya era parte del menú primavera verano de las hormigas y que su cometido allí había llegado a su fin. Alzó la cabeza y se incorporó para marchar al trabajo. Pero ohhh…sorpresa, sus piernas no se alzaban más de un palmo del suelo, sus brazos se multiplicaron de momento por dos, al igual que las piernas, se confundían unas con otras y hacían un total de cuatro por cada lado del cuerpo, su cabeza no alcanzaba a mirar más allá del suelo y donde antes veía una pequeña fisura entre baldosas ahora vislumbraba una gran falla semejante a una cascada sin fin. Blanco y sudoroso David procuró despertarse, frotarse los ojos, salir corriendo o despertarse de esa pesadilla en la que se veía inmerso. Cientos de hormigas del tamaño de su propio cuerpo se acercaban acechantes dispuestas a devorarle. Mordiéndole en cada una de las patas, cabeza y abdomen David fue arrastrado y tragado por sus  propias amigas las hormigas  siendo sepultado en su amado objeto de misterioso estudio.

sábado, 13 de julio de 2013

Inundación



 Hoy iré a cenar, a cenar a un restaurante. El restaurante será de color rojo, no tendrá techo y se verá la luna en todo momento. Pediré solomillo vivo, con patas, pero no tendrán. Así que me conformaré con solomillo ya muerto y con salsa de color marrón. Los camareros dispuestos en fila india atenderán a cada mesa de forma individual y se acercarán a ella a cuatro patas ya que tendrán forma de cebras. Hablarán el lenguaje de las cebras. Yo no entenderé nada pero ellas sabrán bien cuáles son mis deseos. La luz de la luna crecerá, se hará más grande y más luminosa hasta cegarme los ojos a la hora del postre. Un magnífico puré de melocotón y verduras el cual tomaré dando pequeños sorbos por la nariz y que dejaré sin terminar. A la hora de la cuenta y pagar se acercará a mi mesa el encargado. Un caballero vestido con un traje negro y camisa blanca, impoluto y con cara de tigre de bengala. Yo sacaré la lengua, reflejo innato y atraparé una mosca posada sobre la manga del traje negro del encargado. La masticaré y tragaré a la vez que el tigre de bengala me dice que no me preocupe, que invita la casa. Me hablará en perfecto castellano y yo entonces meteré las manos en la sopa del puré, primero un dedo de cada, después otro dedo, ya van dos, a continuación tres, cuatro y cinco. La masa de melocotón y verduras comenzará a rebosar del plato, me llenará las piernas, los brazos, toda la sala y restaurante comenzará a inundarse de ese líquido pastoso. Las cebras saldrán por la puerta de dos en dos. Se tropezarán bloqueando la salida. El líquido subirá por las paredes. La luna en ese momento ya hará de techo del restaurante y todos perecerán en ese bonito acuario rojo mientras yo daré golpecitos con los nudillos sobre el cristal de mi ventana.