Le costaba limpiarse los dientes. Cogía el cepillo
con la mano izquierda, se lo llevaba a la boca, y ahí comenzaban sus
penalidades. Lo movía en el interior de su boca como un pato mareado, como si
no tuviera fuerzas, de manera muy torpe. Había perdido la mano derecha en el
campo de batalla y ahora tenía que aprender a usar la mano izquierda para lo
que antes hacía con la derecha. Escribir por ejemplo, firmar un documento, una
carta, atarse los cordones, limpiarse los dientes…Todo eso le suponía una
odisea y por ese motivo, meditando, permanecía ahora mirándose fijamente en el
espejo del baño con el cepillo en la boca y la pasta de dientes asomándole por
la comisura de los labios, con cara de circunstancias y lamentándose por dentro
de esa maldita guerra. “¿Por qué tuve que ir a esa estúpida guerra?” Lo que
antes realizaba sin pensar, automáticamente, ahora no podía realizarlo o lo
costaba horrores. Tendría que empezar de nuevo, aprender a articular los dedos,
a mover la muñeca, adquirir la habilidad que le habían arrebatado al quedarle
sin mano derecha. “Podré hacerlo”, pensaba, “peor sería si me hubieran matado,
o quedado paralitico o minusválido o ciego. Peor es la miseria. Peor es la
falta de ánimos e ilusión por algo.”
Parker había combatido en la guerra civil,
en el bando republicano, y casi lo mataron. Le cayó una granada a muy pocos
metros, y no tuvo tiempo para reaccionar. Perdió la mano de cuajo…y el
conocimiento. Cuando se despertó en el hospital de campaña, aturdido y aún
despistado por la anestesia, como si hubiera estado deambulando por una
nebulosa, se percató de las vendas que le cubrían la mano derecha; y se asustó.
No sentía su mano derecha. No sentía sus dedos, no podía moverlos. “No tengo
mano, oh dios, no tengo mano”. Se puso a gritar y una de las enfermeras se
acercó a su cama. Estaban en un pequeño pabellón con más lisiados y más camas.
“Tranquilícese, señor, acabamos de operarle y está en el hospital de campaña.
Hemos salvado su vida. Lo encontraron desangrándose e inconsciente en una
trinchera. Ha tenido mucha suerte soldado. Ahora está a salvo”. La enfermera
tenía su mano sobre la frente de Parker y le acariciaba muy suavemente, con
afecto. Le hablaba muy despacio, masticando las palabras y mirándole a los
ojos. Le transmitía calma. Su aparición le recordó a la de un ángel. Un ángel
salvador. Su ángel.
Dejó el cepillo de dientes y se enjuagó la
boca. Había tardado el triple de tiempo que con la mano derecha pero lo había
logrado. Tenía la boca limpia. Le gustaba la sensación. Se dijo a sí mismo que
la próxima vez tardaría menos tiempo. “Cada vez menos tiempo. Al fin y al cabo,
un manco no es ningún discapacitado”, pensaba mientras recordaba a la enfermera
que le cuidó en el hospital de campaña. “¿Qué sería de ella?”
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