Y te desnudo.
Y te desnudo a través
de mi mente, a través de mis sueños. Me acuesto y sé que al cerrar los ojos ya
te empiezo a desnudar.
Y te desnudo sin
apenas dejar pasar el tiempo. Los segundos se paran, el tiempo se detiene
mientras te desvisto. El reloj parado y tú desnuda o semi desnuda, Afrodita en
el templo. Primero te rodeo con mis brazos, y te paso los dedos por encima del
sujetador, y te huelo, y hueles a hierba recién cortada, húmeda, y tu pelo se
enreda entre mis labios, madeja de cabos sueltos, y te muerdo la oreja
despacio, mientras desabrocho tu sujetador, que como flor marchita se desprende
de tu pecho, y te beso.
Y te desnudo
recorriendo tu espalda con mis manos, y me entretengo acariciando tu suave
piel, y tú me miras sin verme porque estás excitada y me besas sin pensar, como
loba en celo, entregándome tu cuerpo, sucumbiendo a mi sueño, y me dejas hacer,
y me ofreces tu boca, y te estremeces cuando sientes el escalofrío de la yema
de mis dedos recorriendo tu cintura.
Y te desnudo bajando
lentamente los pantalones, que van dando paso a tus piernas, que son las columnas
ya calientes de tu imperio al contacto de mis dedos, de mi aliento y boca y
labios sobre los tuyos, que se abren a medida que estás más desnuda, más excitada, y entonces
tu tanga, el cual siento contra mi vientre, ya está húmedo, como el lago o el
pantano que espera paciente en el bosque, y hundo los remos de mis dedos en
ellos, y me sumerjo empapándome por tu culpa y tú, mientras, vacilas, y me sonríes
y veo en ti la luna, que es el deseo de tenerte y no poder alcanzarte, solo
admirarte.
Y te desnudo.
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