viernes, 22 de enero de 2016

Luna


Y te desnudo.

Y te desnudo a través de mi mente, a través de mis sueños. Me acuesto y sé que al cerrar los ojos ya te empiezo a desnudar.

Y te desnudo sin apenas dejar pasar el tiempo. Los segundos se paran, el tiempo se detiene mientras te desvisto. El reloj parado y tú desnuda o semi desnuda, Afrodita en el templo. Primero te rodeo con mis brazos, y te paso los dedos por encima del sujetador, y te huelo, y hueles a hierba recién cortada, húmeda, y tu pelo se enreda entre mis labios, madeja de cabos sueltos, y te muerdo la oreja despacio, mientras desabrocho tu sujetador, que como flor marchita se desprende de tu pecho, y te beso.

Y te desnudo recorriendo tu espalda con mis manos, y me entretengo acariciando tu suave piel, y tú me miras sin verme porque estás excitada y me besas sin pensar, como loba en celo, entregándome tu cuerpo, sucumbiendo a mi sueño, y me dejas hacer, y me ofreces tu boca, y te estremeces cuando sientes el escalofrío de la yema de mis dedos recorriendo tu cintura.

Y te desnudo bajando lentamente los pantalones, que van dando paso a tus piernas, que son las columnas ya calientes de tu imperio al contacto de mis dedos, de mi aliento y boca y labios sobre los tuyos, que se abren a medida que estás más desnuda, más excitada, y entonces tu tanga, el cual siento contra mi vientre, ya está húmedo, como el lago o el pantano que espera paciente en el bosque, y hundo los remos de mis dedos en ellos, y me sumerjo empapándome por tu culpa y tú, mientras, vacilas, y me sonríes y veo en ti la luna, que es el deseo de tenerte y no poder alcanzarte, solo admirarte.

Y te desnudo.

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