jueves, 17 de marzo de 2016

Celos

El claustrofóbico ascensor abrió bostezando sus fauces y Luís, caballeroso, dejó pasar a Elena. Iba vestida con un abrigo largo y negro, y vaqueros, y en su rostro brillaban su inconfundible pendiente en la nariz, sus ojos del color del trigo, y sus labios, que de un cereza fuego, parecían chillar que los mordieran. “Dulce tarro de miel”, pensó Luís. Le gustaba. Estaba enamorado de ella. Todas las noches, antes de acostarse, escribía a su vecina un pequeño poema y lo acariciaba con las yemas de sus dedos, con la palma de sus manos, e imaginaba que rozaba su piel de seda, y se lo acercaba a la nariz para embriagarse fantaseando que navegaba los ignotos océanos de su desnudez, y al final, al cabo de unos minutos, lo guardaba como se guardan los tesoros en los cofres, con mucho mimo. Era su tesoro. Poseía más de cien poemas, una buena colección, pero era su secreto, y nadie lo sabía; ni siquiera ella. Siempre tan reservado y tímido, no se atrevía a decirle nada, ni expresarle nada, ni enseñarle alguno de sus versos, lo cual sería como desnudarse ante ella, mostrar sus intimidades. Elena en cambio, risueña y alegre, siempre sonriendo, iluminaba la caja de sardinas del ascensor con su sola presencia. Daba gusto estar a su lado. Luís, con la cabeza gacha le preguntó qué tal, y ella, con su colorida voz, le contestó que estupendamente. El día anterior le había invitado a tomar café hoy, y esa circunstancia, por sí sola, lo hacía temblar a la vez que ilusionaba. Tan poca confianza tenía que jamás hubiera imaginado que Elena, la bella vecina, le hubiera invitado a nada. Soñar con ella sí, pero nada más. La realidad lo mareaba; naufrago bajo una tormenta. Pero la tormenta era ella. Ya se veía junto a Elena caminando cogido de la mano, mirándola de soslayo, corriendo, persiguiéndola, riéndose e incluso, porque no, besándola. Por supuesto, tenía pensado invitarla, “nada de que pague ella, hoy mi Reina, mi Dulcinea, mi Sofía, hoy te colmaré y te subiré a los cielos mi amor, y te olvidarás de él, tu profesor, que tanto idolatras, del que tanto me hablas; hoy toda mía y yo tuyo.” A Luís le reventaba oírla hablar de su profesor, que si tan magnífico, que si tan adorable, que si me ayuda tanto, que si me deja un diccionario para hacer un trabajo…Hasta se lo enseñó un día. Le enseñó el diccionario y vio la felicidad en ella, en su rostro, en su tono, en sus formas, y sintió envidia. “Mañana voy a su casa y se lo devuelvo”, le dijo. Luís la escuchaba y asentía, y hasta fingía alegrarse, se reía con ella. Se alegraba de ella, pero por dentro lo comían los demonios. Estaba celoso. Y ahora, sin embargo, charlaban en el vetusto ascensor que ascendía gimiendo grandes ruidos intestinales y parecían divertirse, e incluso Luís se atrevió a mirarla a los ojos, cosa que nunca hacía. Venían de la universidad, era mediodía y hacía frío, de ahí los abrigos. El de Elena casi le lamía las rodillas. Lo llevaba desabotonado y parecía que sujetaba un bulto por dentro, como si se avergonzara de algo, como ocultándolo. Por vez primera Luís podría, -imaginaba-, ser protagonista. Incluso cavilaba regalarle uno de sus poemas o dos, o quizá todos para sorprenderla, para ver en su cara la misma ilusión que le vio cuando el diccionario. “Yo también puedo sorprenderla”, pensó. La lucecita ya marcaba el cuarto piso. Ella se bajaba en el sexto, por lo que a Luís le quedaban apenas unos segundos para sacar a colación el café. Parecía que a Elena se le había olvidado y Luís, pese a tenerlo presente, no se atrevía, le daba vergüenza. Daba rodeos y hacía preguntas triviales siempre con la cuestión del café de fondo, como si fuera el murmullo de una voz que le atormentara por dentro. Quinto. Luís tamborileaba el suelo con la puntera de sus zapatos. Estaba nervioso. Y al fin, cuando la lucecita ya marcaba el sexto y la puerta se abría, se atrevió a preguntar, “¿Y ese café?”, a lo que ella, siempre dulce, siempre resuelta le dijo “Vaya Luís, hoy no podré, tengo que terminar un trabajo”, y se giró dándole antes dos besos y saliendo del ascensor. Luís pudo ver entonces lo que ocultaba bajo su abrigo; el diccionario, y rumió para sí: “Traición, esto es traición”, mientras las puertas del ascensor se cerraban dejándolo solo.

miércoles, 9 de marzo de 2016

Casino


Observen a aquel tipo, el que se encuentra al fondo, en aquella mesa de allá jugando a la ruleta. Estamos en un casino y hay bastante gente. Podríamos fijarnos en cualquier otro personaje pero háganme caso, vayan hacia él, quizás no muy cerca, pero si un poco,  lo suficiente, a la vista, que lo puedan ver. ¿Ya? ¿Qué ven? Sí, no me lo digan, es justo eso; el hombre va ganando, posee muchas fichas, pero fíjense en su cara, en sus ojos. Podríamos decir, -­y no nos equivocaríamos- , que lleva toda una jornada de grandes excesos psicotrópicos a sus espaldas: Ojos vidriosos, tics a cada poco, ­-miren esos guiños- , pupilas dilatadas, tartamudeo, falta de coordinación…despeinado, camisa por fuera y arrugada, manchada de wiski. Apostaría a que apesta a alcohol y a sudor y tabaco, esa mezcla tan nauseabunda con la que, estoy seguro, te darían ganas de vomitarle encima. Alrededor suyo, los demás no se dan cuenta porque está en racha y tiene dinero. La gente mientras tenga dinero, -mucho dinero- , puede oler mal o puede ser antipática o puede hacer lo que le venga en gana, que siempre tendrá gente al lado lamiéndole el culo. Las camareras van y vienen embutidas en unos trajes tan escotados, tan ceñidos, tan pegados a su cuerpo, que apenas pueden moverse con soltura; los crupiers reparten fichas y recogen dinero, uniformados con  un chalequito a rayas, ridículos, sentados sobre altos taburetes dominando las mesas. En torno a estas…ruleta, póker, blackjack…toda una jauría de jugadores derrochando su dinero sin  parecer importarle. Se oyen los murmullos de la gente, los gritos de alguno que ha perdido o ganado, el “no va más” del crupier de turno, el traqueteo de la bolita en la ruleta. La atmósfera está cargada. El humo de los cigarrillos y los puros condensa y forma una neblina que se impregna en la ropa y se cuela por las narices y las bocas de todos los jugadores ávidos de vicio. Hay gente muy extravagante. Hay asiáticos con carteras gordísimas, hay empresarios y buscavidas y maleantes. Hay mujeres híper maquilladas y horrorosas pululando de una mesa a otra, como abejas en busca de miel.

Pero ahora, háganme el favor, y permítanme la licencia u osadía, llámenlo como quieran, como narrador sin pretensiones de este relato, de acompañarme al interior de la cabeza de nuestro personaje, para que, sin duda, puedan conocer de primera mano y fielmente, sus circunstancias, o como diría Freud, su inconsciente.



<< ¿He cerrado la puerta de casa? Me duele la cabeza. Putos párpados, como me pesan. Échame más, sí. ¿Eso lo dije o no lo dije? Bah, seguro que ni me entendió. Estas zorras solo quieren cobrar y largarse. Buen culo, pero demasiado estrecho. ¿Desde cuándo no como? Gané. Dame esas fichas. Ella lo merecía. Seguro, seguro, yo NO quería NO NO NO, ella se cruzó. Al seis, todo al seis, estoy en racha. Estoy en racha y soy un asesino. No, asesino es otro, yo soy bueno. ¿Sabes quiénes eran malos? Los del colegio. Esos son malos. La cabeza me duele. Me duele mucho. ¿Por qué tuviste que cruzarte conmigo? No te hubiera pasado nada, niñita, si no te cruzas conmigo. Cierra los ojos anda, solo un segundo, cálmate, cálmate por favor, ahora todo pasó respira, nadie va a decirte nada porque-todo-pasó-ella-está-muerta-y-tú-en-el-casino-borracho-y-drogado. Me gustaban tus ojos. ¡Seis! Increíble. Nadie me para. ¿Cuánto dinero tengo ya? Necesito más whisky. Tú, señorita, llena aquí. ¿Sabes que tienes unos ojos muy bonitos? Se parecen a los de la niña. Azules. Pero a lo mejor no está muerta muerta muerta. Muerte. ¿Quién se muere? Está señorita podría morirse ahora mismo o esta noche, o aquel de allí. ¿Por qué no? ¿He cerrado la puerta de casa? No he comido desde ayer, ni dormido, ¡dios!, como me pesan los parpados. Creo que sí, que la he cerrado. Pobre niña, de verdad. Siempre la cierro. Siempre cierro la puerta. Tiene que estar cerrada. No lo merecía, nadie merece que lo atropellen. Soy un asesino. No. Sí, lo soy, pero qué más da, nadie lo sabe,  lo sabes tú idiota, tú, mañana lo arreglo todo, me puedo ir de aquí, de la ciudad, del país, no sé a dónde, a donde sea, desaparecer. Debería largarme ya. Con todo este dineral podría largarme muy lejos, podría coger un avión esta misma noche, ahora, en un rato, ¡oh no!, avión no por si vieron mi matrícula o algo, pero nadie me vio, NADIE, nadie te vio y tú estás en el casino ganando tu dinero porque-estás-en-racha. Una más y me voy. Todo o nada como en la vida. ¿Qué diría mi madre? Venga, todo al rojo. Esa mujer de allí no deja de mirarme, que pesada. Menudo aspecto debo tener, pero hay gente peor que yo, mira ese, o aquel otro, menudas pintas. Y van acompañados de esas rubias neumáticas que le ríen las gracias. No tenéis ni puta gracias imbéciles, no veís-que-os-quieren-porque-tenéis-más-grande-la-cartera-que-la-polla. La niña ahora estaría a punto de irse a la cama, creo. Sí, seguro que su mamá le cuenta cuentos para dormirse y le da un besito en la frente y le canta una nana duérmete niña duérmete ya, que viene el coco, oh, el coco yo. Venga, que salga rojo que me voy. No soy ningún coco. Yo no quería matarla. Ella se cruzó. Esas cosas pasan. Ella se cruzó, que no hubiera cruzado, qué su mamá hubiera estado más atenta. Es culpa de su madre. Es una asesina. Ella es la asesina. Yo no tengo nada que temer porque no quería matar a nadie. Mañana será otro día y estaré lejos. A mí no me cantaban nanas. >>



Ven, el asunto es más dramático de lo que parecía a primera vista. Nuestro personaje ha atropellado a una pobre niñita y se dio después a la fuga. El interior de su cabeza, repleta de alcohol, droga y alucinaciones, es un auténtico caos. Nosotros, mirándolo desde fuera, solo vemos a un hombre pasado de rosca, con un vaso de whisky en una mano y varios montones de fichas en la otra, e ignoramos lo que piensa, lo que hizo. Diríamos “Tiene suerte”, y quizás en el juego la esté teniendo, pero la suerte es una traidora, e igual que viene se va, y además, en todo caso, nosotros solo podríamos aseverar que tiene suerte ahí precisamente, en ese solo aspecto, en el juego, pero nada más. Así somos, “Es un tipo con suerte”. Mira como se ríe, mostrando esos incisivos, esas encías rojas, mira como recoge las ganancias, como las amontona en la esquinita del tapete, todas suyas. Mira como se le arriman, como se ríen con él, esos chupatintas, huelen el dinero. Les da igual que vaya pasado. ¡Va ganando!, con eso basta. Daría igual que no se haya duchado en una semana, tiene dinero. Ya casi se ha convertido en una atracción, en un espectáculo, un tipo que no para de ganar y ganar y ganar. En torno a la mesa hay más gente, y también más jugadores que procuran imitarle. Se ha llenado. Podría recordarnos  un combate de boxeo en el que el púgil más débil comienza a ganar al campeón de los pesos pesados y todos están expectantes de ver cuando dejará de hacerlo, cuando caerá a la lona.



<< ¿Y toda esta gente? Sonríe que te vean. Disfruta. Eres un tipo con suerte, ves, no eres ningún asesino, los asesinos están entre rejas y tú eres un tipo con suerte. No estás entre rejas, “Toma esta ficha, para ti.” Como se me puso al lado la zorra. Solo quiere mis fichas, mi dinero. Si fuera un asesino no se pondría a mi lado. Pues no está mal. ¿La niña? Sonríe a cada tontería que le digo. La niña está muerta. Yo la maté. No no no. Recuerda, fue su madre quien la mató, tú solo conducías tu coche, no me toques guarra, no soy un asesino. ¿No dijiste que te irías? Sí, lo dije, y ya me iré, en la siguiente jugada. ¿Cerré la puerta de casa? No puedo pasarme por allí ahora. Me estarán esperando. Además estás lejos. Pobre niña. Me iré lejos, es lo mejor. Otra vez me sonríe y me acaricia el culo esta guarra. Que le den. Oh, mi familia, qué pensará de mí. Soy un asesino, aunque no lo quieras lo eres, A S E S I N O, con todas las letras. ¿Por qué veo borroso? De nuevo gané. Ahora sí que me voy. Cambio todo y me voy. Que hambre tengo. Tendré que comer antes de coger el avión. Voy a irme, sí, lo tengo decidido, irme en avión. Ahora tengo mucho dinero. Soy millonario. ¿Darle el dinero a la familia de la niña? ¿Por qué? Irás a la cárcel y tú no eres un asesino. Vete. Desaparece. ¡Dios!, no sabía que fuera tanto dinero. Como me sonríen todos. Malditos hipócritas. ¿Acaso me sonreirías si no tuviera un duro? Creo que es el dueño del casino. ¡Qué asco! Me felicita. Yo sonrío. Imbécil. >>



Sigamos a nuestro enigmático personaje mientras abandona el casino. Se guardó el dinero en la cartera, pero solo una parte. Agarrado lleva un maletín repleto de billetes, un maletín revestido de todo lo que ha ganado en el casino. Situémonos unos pasos detrás de él. Camina de lado a lado, en zig-zag, casi a trompicones, y va cantando o gritando algo de cuando en cuando. La acera por la que transita está desierta. Ya es de noche, está oscuro, y solo el haz de luminosidad de las farolas ilumina las calles. Camina deprisa, desde luego más deprisa de lo que cabría esperar en semejante estado. Nos cuesta seguirle. Comienza a hacer frío y una pequeña niebla se intuye si miras al cielo, a las nubes. Se oye algún bocinazo, algunos acelerones. El viento sopla y despeina aún más su pelo. Lo tiene bastante largo. Se coloca el maletín bajo el sobaco. Lo aprieta.



<< Tengo frío. Debería ir a casa a por un abrigo, a por mis cosas. Podría hacer antes la maleta y después largarme. Podría ver desde lejos si tienen mi casa vigilada. El móvil ya lo tiré. Lo más importante ahora es el dinero. Tengo mucho dinero. He tenido que venir a jugar más a menudo. He podido ser millonario mucho antes. Dios. Que suerte he tenido. Pobre niña. Soy un tipo con suerte. Como me querían todos ahí dentro. Las chicas esas no me dejaban. Esos ojos. No me los quito de la cabeza. La tripa me suena. El aire me está viniendo bien. Me miró justo cuando la embestí con el coche. Azules. Los ojos azules más grandes del mundo. ¿De verdad no soy un asesino? No, no, no lo eres, tranquilízate, ahora solo busca un taxi y ve al aeropuerto. Allí compra cualquier billete y te largas en el primer vuelo que haya, ah y come algo si no quieres desmayarte. Sí, eso haré, taxi comida aeropuerto taxi comida aeropuerto, eso es. Lo tengo todo bajo control. No hay ningún problema. Soy un tipo con mucho dinero y con toda una vida por delante. Pero mataste a una niña. No, joder. Sí, la mataste. Bueno, pero ya pasó, puedo olvidarlo. Lejos. ¿Acaso los problemas dejan de ser problemas lejos? Tienes un grave problema y tú lo sabes. Yo lo sé, sí. Maldita sea. Taxi comida aeropuerto. ¿Y si te roban? No me robarán. Le puedo dar una parte a la familia, dejárselo con una nota, algo, de forma anónima. Déjaselo todo. Todo no. Solo una parte. Ya veré. Pobre niñita. Que azules tenía los ojos. >>





Sí, yo también lo escuché, quiere largarse, y puede parecernos normal o no, pero es lo que quiere hacer. ¿Lo hará? Solo hay una forma de averiguarlo, sigámosle. Ha insinuado dejarle el dinero a la familia de la niña, lo va rumiando mientras busca un taxi. Ha dejado de andar haciendo zigzag. Parece más sereno.  El maletín continúa bajo su brazo, muy apretado. Ha girado por una bocacalle a la derecha. Se dirige al rio. Hay luna llena. Los edificios se ven inmensos y recortados en la noche, y un halo de misterio cubre la calzada aumentando a medida que nos acercamos al lecho húmedo del rio. Su paso es más ligero y firme que antes, como si hubiera tomado una decisión definitiva; pero escuchémosle.





<< Que hacer, que vivir, que pensar, que decir. Ya está todo dicho. Mi sentencia; el atropello. Yo también he muerto con la niña. Yo también sepultado con ella, aún peor, muerto en vida. ¿De qué me sirve el dinero? Pura bagatela. ¿De qué me sirve si yo ya estoy muerto? Al rio, al rio, nada de taxis. Los taxis son para ir a algún sitio, y yo me quedo. >>



Abre el maletín, lo mira parado y firme, lo sopesa, lo estudia, como si estuviera realizando grandes operaciones matemáticas en su cabeza, y lo cierra. A los dos minutos, continúa andando. Sus zancadas son más amplias y ya no sostiene el maletín bajo el sobaco, ahora casi lo transporta arrastrando, en volandas, despreocupado. Una ambulancia pasa con las sirenas aullando. El espejo del rio ya asoma su lengua plateada. Está cerca. Es una noche invernal, desangelada, enigmática.





<< Yo la mate. >>





Último pensamiento que nos concede nuestro jugador que ganó tan poco y perdió más.

El salto fue repentino, fulgurante, de un segundo a otro. Una carrerilla seguida de un brinco enérgico y poderoso, sin vuelta atrás. El golpe contra las aguas poco profundas del rio sonó seco, sordo, como si se tratara de una gran roca golpeando el agua desde mucha altura. Después, silencio, un silencio funerario, nocturno, solo adornado por algunos ladridos de perro y el rumor del rio deslizándose allá abajo, donde el cuerpo de nuestro jugador se ve inerte y sin vida, machacado, aliviado, sin voces; muerto, y donde el maletín abierto vomita sus billetes lanzándolos a la masa oscura del rio.