Observen
a aquel tipo, el que se encuentra al fondo, en aquella mesa de allá jugando a
la ruleta. Estamos en un casino y hay bastante gente. Podríamos fijarnos en
cualquier otro personaje pero háganme caso, vayan hacia él, quizás no muy
cerca, pero si un poco, lo suficiente, a
la vista, que lo puedan ver. ¿Ya? ¿Qué ven? Sí, no me lo digan, es justo eso;
el hombre va ganando, posee muchas fichas, pero fíjense en su cara, en sus
ojos. Podríamos decir, -y no nos equivocaríamos- , que lleva toda una jornada
de grandes excesos psicotrópicos a sus espaldas: Ojos vidriosos, tics a cada
poco, -miren esos guiños- , pupilas dilatadas, tartamudeo, falta de
coordinación…despeinado, camisa por fuera y arrugada, manchada de wiski.
Apostaría a que apesta a alcohol y a sudor y tabaco, esa mezcla tan nauseabunda
con la que, estoy seguro, te darían ganas de vomitarle encima. Alrededor suyo,
los demás no se dan cuenta porque está en racha y tiene dinero. La gente
mientras tenga dinero, -mucho dinero- , puede oler mal o puede ser antipática o
puede hacer lo que le venga en gana, que siempre tendrá gente al lado
lamiéndole el culo. Las camareras van y vienen embutidas en unos trajes tan
escotados, tan ceñidos, tan pegados a su cuerpo, que apenas pueden moverse con
soltura; los crupiers reparten fichas y recogen dinero, uniformados con un chalequito a rayas, ridículos, sentados
sobre altos taburetes dominando las mesas. En torno a estas…ruleta, póker,
blackjack…toda una jauría de jugadores derrochando su dinero sin parecer importarle. Se oyen los murmullos de
la gente, los gritos de alguno que ha perdido o ganado, el “no va más” del crupier de turno, el traqueteo de la bolita en la
ruleta. La atmósfera está cargada. El humo de los cigarrillos y los puros
condensa y forma una neblina que se impregna en la ropa y se cuela por las
narices y las bocas de todos los jugadores ávidos de vicio. Hay gente muy
extravagante. Hay asiáticos con carteras gordísimas, hay empresarios y
buscavidas y maleantes. Hay mujeres híper maquilladas y horrorosas pululando de
una mesa a otra, como abejas en busca de miel.
Pero
ahora, háganme el favor, y permítanme la licencia u osadía, llámenlo como
quieran, como narrador sin pretensiones de este relato, de acompañarme al
interior de la cabeza de nuestro personaje, para que, sin duda, puedan conocer
de primera mano y fielmente, sus circunstancias, o como diría Freud, su
inconsciente.
<<
¿He cerrado la puerta de casa? Me duele la cabeza. Putos párpados, como me
pesan. Échame más, sí. ¿Eso lo dije o no lo dije? Bah, seguro que ni me
entendió. Estas zorras solo quieren cobrar y largarse. Buen culo, pero
demasiado estrecho. ¿Desde cuándo no como? Gané. Dame esas fichas. Ella lo
merecía. Seguro, seguro, yo NO quería NO NO NO, ella se cruzó. Al seis, todo al
seis, estoy en racha. Estoy en racha y soy un asesino. No, asesino es otro, yo
soy bueno. ¿Sabes quiénes eran malos? Los del colegio. Esos son malos. La
cabeza me duele. Me duele mucho. ¿Por qué tuviste que cruzarte conmigo? No te
hubiera pasado nada, niñita, si no te cruzas conmigo. Cierra los ojos anda,
solo un segundo, cálmate, cálmate por favor, ahora todo pasó respira, nadie va
a decirte nada porque-todo-pasó-ella-está-muerta-y-tú-en-el-casino-borracho-y-drogado.
Me gustaban tus ojos. ¡Seis! Increíble. Nadie me para. ¿Cuánto dinero tengo ya?
Necesito más whisky. Tú, señorita, llena aquí. ¿Sabes que tienes unos ojos muy
bonitos? Se parecen a los de la niña. Azules. Pero a lo mejor no está muerta
muerta muerta. Muerte. ¿Quién se muere? Está señorita podría morirse ahora
mismo o esta noche, o aquel de allí. ¿Por qué no? ¿He cerrado la puerta de
casa? No he comido desde ayer, ni dormido, ¡dios!, como me pesan los parpados.
Creo que sí, que la he cerrado. Pobre niña, de verdad. Siempre la cierro.
Siempre cierro la puerta. Tiene que estar cerrada. No lo merecía, nadie merece
que lo atropellen. Soy un asesino. No. Sí, lo soy, pero qué más da, nadie lo
sabe, lo sabes tú idiota, tú, mañana lo
arreglo todo, me puedo ir de aquí, de la ciudad, del país, no sé a dónde, a
donde sea, desaparecer. Debería largarme ya. Con todo este dineral podría
largarme muy lejos, podría coger un avión esta misma noche, ahora, en un rato, ¡oh
no!, avión no por si vieron mi matrícula o algo, pero nadie me vio, NADIE,
nadie te vio y tú estás en el casino ganando tu dinero porque-estás-en-racha.
Una más y me voy. Todo o nada como en la vida. ¿Qué diría mi madre? Venga, todo
al rojo. Esa mujer de allí no deja de mirarme, que pesada. Menudo aspecto debo
tener, pero hay gente peor que yo, mira ese, o aquel otro, menudas pintas. Y
van acompañados de esas rubias neumáticas que le ríen las gracias. No tenéis ni
puta gracias imbéciles, no
veís-que-os-quieren-porque-tenéis-más-grande-la-cartera-que-la-polla. La niña
ahora estaría a punto de irse a la cama, creo. Sí, seguro que su mamá le cuenta
cuentos para dormirse y le da un besito en la frente y le canta una nana
duérmete niña duérmete ya, que viene el coco, oh, el coco yo. Venga, que salga
rojo que me voy. No soy ningún coco. Yo no quería matarla. Ella se cruzó. Esas
cosas pasan. Ella se cruzó, que no hubiera cruzado, qué su mamá hubiera estado
más atenta. Es culpa de su madre. Es una asesina. Ella es la asesina. Yo no
tengo nada que temer porque no quería matar a nadie. Mañana será otro día y
estaré lejos. A mí no me cantaban nanas. >>
Ven,
el asunto es más dramático de lo que parecía a primera vista. Nuestro personaje
ha atropellado a una pobre niñita y se dio después a la fuga. El interior de su
cabeza, repleta de alcohol, droga y alucinaciones, es un auténtico caos.
Nosotros, mirándolo desde fuera, solo vemos a un hombre pasado de rosca, con un
vaso de whisky en una mano y varios montones de fichas en la otra, e ignoramos
lo que piensa, lo que hizo. Diríamos “Tiene suerte”, y quizás en el juego la esté
teniendo, pero la suerte es una traidora, e igual que viene se va, y además, en
todo caso, nosotros solo podríamos aseverar que tiene suerte ahí precisamente,
en ese solo aspecto, en el juego, pero nada más. Así somos, “Es un tipo con
suerte”. Mira como se ríe, mostrando esos incisivos, esas encías rojas, mira
como recoge las ganancias, como las amontona en la esquinita del tapete, todas
suyas. Mira como se le arriman, como se ríen con él, esos chupatintas, huelen
el dinero. Les da igual que vaya pasado. ¡Va ganando!, con eso basta. Daría
igual que no se haya duchado en una semana, tiene dinero. Ya casi se ha
convertido en una atracción, en un espectáculo, un tipo que no para de ganar y
ganar y ganar. En torno a la mesa hay más gente, y también más jugadores que
procuran imitarle. Se ha llenado. Podría recordarnos un combate de boxeo en el que el púgil más
débil comienza a ganar al campeón de los pesos pesados y todos están
expectantes de ver cuando dejará de hacerlo, cuando caerá a la lona.
<<
¿Y toda esta gente? Sonríe que te vean. Disfruta. Eres un tipo con suerte, ves,
no eres ningún asesino, los asesinos están entre rejas y tú eres un tipo con
suerte. No estás entre rejas, “Toma esta ficha, para ti.” Como se me puso al
lado la zorra. Solo quiere mis fichas, mi dinero. Si fuera un asesino no se
pondría a mi lado. Pues no está mal. ¿La niña? Sonríe a cada tontería que le
digo. La niña está muerta. Yo la maté. No no no. Recuerda, fue su madre quien
la mató, tú solo conducías tu coche, no me toques guarra, no soy un asesino.
¿No dijiste que te irías? Sí, lo dije, y ya me iré, en la siguiente jugada.
¿Cerré la puerta de casa? No puedo pasarme por allí ahora. Me estarán
esperando. Además estás lejos. Pobre niña. Me iré lejos, es lo mejor. Otra vez
me sonríe y me acaricia el culo esta guarra. Que le den. Oh, mi familia, qué
pensará de mí. Soy un asesino, aunque no lo quieras lo eres, A S E S I N O, con
todas las letras. ¿Por qué veo borroso? De nuevo gané. Ahora sí que me voy.
Cambio todo y me voy. Que hambre tengo. Tendré que comer antes de coger el
avión. Voy a irme, sí, lo tengo decidido, irme en avión. Ahora tengo mucho
dinero. Soy millonario. ¿Darle el dinero a la familia de la niña? ¿Por qué?
Irás a la cárcel y tú no eres un asesino. Vete. Desaparece. ¡Dios!, no sabía
que fuera tanto dinero. Como me sonríen todos. Malditos hipócritas. ¿Acaso me
sonreirías si no tuviera un duro? Creo que es el dueño del casino. ¡Qué asco!
Me felicita. Yo sonrío. Imbécil. >>
Sigamos
a nuestro enigmático personaje mientras abandona el casino. Se guardó el dinero
en la cartera, pero solo una parte. Agarrado lleva un maletín repleto de
billetes, un maletín revestido de todo lo que ha ganado en el casino.
Situémonos unos pasos detrás de él. Camina de lado a lado, en zig-zag, casi a
trompicones, y va cantando o gritando algo de cuando en cuando. La acera por la
que transita está desierta. Ya es de noche, está oscuro, y solo el haz de
luminosidad de las farolas ilumina las calles. Camina deprisa, desde luego más
deprisa de lo que cabría esperar en semejante estado. Nos cuesta seguirle.
Comienza a hacer frío y una pequeña niebla se intuye si miras al cielo, a las
nubes. Se oye algún bocinazo, algunos acelerones. El viento sopla y despeina
aún más su pelo. Lo tiene bastante largo. Se coloca el maletín bajo el sobaco.
Lo aprieta.
<<
Tengo frío. Debería ir a casa a por un abrigo, a por mis cosas. Podría hacer
antes la maleta y después largarme. Podría ver desde lejos si tienen mi casa
vigilada. El móvil ya lo tiré. Lo más importante ahora es el dinero. Tengo
mucho dinero. He tenido que venir a jugar más a menudo. He podido ser
millonario mucho antes. Dios. Que suerte he tenido. Pobre niña. Soy un tipo con
suerte. Como me querían todos ahí dentro. Las chicas esas no me dejaban. Esos
ojos. No me los quito de la cabeza. La tripa me suena. El aire me está viniendo
bien. Me miró justo cuando la embestí con el coche. Azules. Los ojos azules más
grandes del mundo. ¿De verdad no soy un asesino? No, no, no lo eres,
tranquilízate, ahora solo busca un taxi y ve al aeropuerto. Allí compra
cualquier billete y te largas en el primer vuelo que haya, ah y come algo si no
quieres desmayarte. Sí, eso haré, taxi comida aeropuerto taxi comida
aeropuerto, eso es. Lo tengo todo bajo control. No hay ningún problema. Soy un tipo
con mucho dinero y con toda una vida por delante. Pero mataste a una niña. No,
joder. Sí, la mataste. Bueno, pero ya pasó, puedo olvidarlo. Lejos. ¿Acaso los
problemas dejan de ser problemas lejos? Tienes un grave problema y tú lo sabes.
Yo lo sé, sí. Maldita sea. Taxi comida aeropuerto. ¿Y si te roban? No me
robarán. Le puedo dar una parte a la familia, dejárselo con una nota, algo, de
forma anónima. Déjaselo todo. Todo no. Solo una parte. Ya veré. Pobre niñita.
Que azules tenía los ojos. >>
Sí,
yo también lo escuché, quiere largarse, y puede parecernos normal o no, pero es
lo que quiere hacer. ¿Lo hará? Solo hay una forma de averiguarlo, sigámosle. Ha
insinuado dejarle el dinero a la familia de la niña, lo va rumiando mientras
busca un taxi. Ha dejado de andar haciendo zigzag. Parece más sereno. El maletín continúa bajo su brazo, muy
apretado. Ha girado por una bocacalle a la derecha. Se dirige al rio. Hay luna
llena. Los edificios se ven inmensos y recortados en la noche, y un halo de misterio
cubre la calzada aumentando a medida que nos acercamos al lecho húmedo del rio.
Su paso es más ligero y firme que antes, como si hubiera tomado una decisión
definitiva; pero escuchémosle.
<<
Que hacer, que vivir, que pensar, que decir. Ya está todo dicho. Mi sentencia;
el atropello. Yo también he muerto con la niña. Yo también sepultado con ella,
aún peor, muerto en vida. ¿De qué me sirve el dinero? Pura bagatela. ¿De qué me
sirve si yo ya estoy muerto? Al rio, al rio, nada de taxis. Los taxis son para
ir a algún sitio, y yo me quedo. >>
Abre
el maletín, lo mira parado y firme, lo sopesa, lo estudia, como si estuviera
realizando grandes operaciones matemáticas en su cabeza, y lo cierra. A los dos
minutos, continúa andando. Sus zancadas son más amplias y ya no sostiene el maletín
bajo el sobaco, ahora casi lo transporta arrastrando, en volandas,
despreocupado. Una ambulancia pasa con las sirenas aullando. El espejo del rio
ya asoma su lengua plateada. Está cerca. Es una noche invernal, desangelada,
enigmática.
<<
Yo la mate. >>
Último
pensamiento que nos concede nuestro jugador que ganó tan poco y perdió más.
El
salto fue repentino, fulgurante, de un segundo a otro. Una carrerilla seguida
de un brinco enérgico y poderoso, sin vuelta atrás. El golpe contra las aguas
poco profundas del rio sonó seco, sordo, como si se tratara de una gran roca
golpeando el agua desde mucha altura. Después, silencio, un silencio funerario,
nocturno, solo adornado por algunos ladridos de perro y el rumor del rio deslizándose
allá abajo, donde el cuerpo de nuestro jugador se ve inerte y sin vida, machacado,
aliviado, sin voces; muerto, y donde el maletín abierto vomita sus billetes
lanzándolos a la masa oscura del rio.
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